Debes
saber que vengo de la orilla
y
despacio
que
he caminado un lustro -o quizá dos-
que
me leen la piel los tatuajes
de
alguien joven
-quizá
incluso muy joven-
que
anduvo tierra adentro de mi mano.
Debes
saber que guardo sólo el nombre
de los pueblos amables; no hay imágenes
ni sonidos.
De lejos. De la orilla estoy llegando
y ya
casi he olvidado cómo era,
por
qué me fui
qué vine
persiguiendo por el polvo.
B. C.
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