Cinco días
(1 de enero de 1985)
Un
silencio más solo en el silencio
normal
de esta hora; cuatro menos cuarto
de la
tarde de un martes.
Las
hormigas conocen los horarios
y
recorren sin miedo el brillo tibio
con
semillas; con trozos
minúsculos
del último
caramelo
que el último estudiante
tiró,
sin terminar, por la ventana.
No saben
que hoy empieza el gran olvido.
Que en
una o dos semanas
la quietud
impondrá
nuevos ritmos, inestables y antiguos,
que
llegarán de lejos muchos otros
atraídos
también por el fulgor
que
afirman ya no truena;
que
empezará la guerra del tiempo impredecible;
del
suspiro de un hombre
frente a
la ventanilla –No, señor,
ya no
existe esa línea–.
No existe, piensa el
hombre y ya no existen
los viernes por la
tarde a paso rápido
cargado con un libro
y un deseo
–Uno para el
siguiente a –ya no existen
los conjuros
obscenos que el paisaje
jamás revelaría,
los planes para el
sábado,
los besos inmortales
del andén.
Ella no esperará ni
habrá más lágrimas
el domingo apurando
la paciencia del
jefe de estación.
Sólo son cinco días.
Cinco días. Bendito
el animal
que inventó estas
extrañas divisiones.
Ya no
existen los días. Los arbustos
han
crecido y las lluvias se han cobrado
los años
que el acero les debía.
Hoy las
hormigas hablan de un dios muerto,
arcano e
indescifrable,
que
venía de quién sabe qué sitio,
con
quién sabe qué fin y qué deseos.
Ben Clark
1 comment:
[com que fôlego,
o sopro dos dias comuns
rotina do mundo, guardada
dentro da palavra.]
um abraço,
Lb
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