El
latón de las cabezadas brilló al girar los caballos
y
los amantes desaparecieron dentro del bosque.
Me
senté sobre la rama de un olmo derribado
que
formaba un ángulo sobre la tierra en barbecho, y
observé
cómo reducía el arado un cuadrado amarillo
de
mostaza de campo. Cada vez que los caballos giraban
en
vez de aplastarme, el labrador se inclinaba
sobre
la esteva para hablar o para hacer una pregunta,
sobre
el tiempo, luego sobre la guerra.
Arando
la parcela entre él y el bosque,
y
siguiendo el surco hasta que el latón brillaba
de
nuevo.
La tormenta hizo caer el olmo
en cuya copa
me
sentaba yo ahora, junto al agujero de un pájaro carpintero,
me
contó el labrador. «¿Cuándo se lo llevarán?»
«Cuando
acabe la guerra». Y así empezaba la conversación:
un
minuto y después un intervalo de diez;
un
minuto más y después la misma espera.
«¿Estuviste
en el frente?» «No». «¿Puede ser que no quieras ir?»
«Si
pudiera estar seguro de volver, me gustaría.
No
me importaría perder un brazo. No me gustaría perder
una
pierna. Y si perdiera la cabeza, bueno, pues que así sea,
nada
me gustaría más… ¿Han partido muchos
de
aquí?» «Sí». «¿Se han perdido muchos?» «Sí: un buen puñado.
Sólo
dos caballos de tiro trabajan en la granja este año.
Uno
de mis compañeros está muerto. Lo mataron en Francia
en
su segundo día. Fue en marzo,
fue
la misma noche de aquella tormenta. Si
se
hubiera quedado habríamos movido el árbol».
«Y
yo no me habría sentado aquí. Todo
hubiera
sido distinto, pues habría sido
un
mundo diferente». «Cierto, y mejor, aunque
si
lo pudiéramos ver todo, quizá todo pareciera bueno».
Entonces
salieron los amantes del bosque:
los
caballos retomaron el trabajo y vi, por última vez,
los
terrones de tierra resquebrajarse y caer
tras
el arado y los cascos del tiro.
Edward Thomas (1978-1917)
Traducción de Ben Clark
Título original: ‘As the Team’s Head Brass’
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